13 julio 2018

14:07

La sensación más positiva que he experimentado hoy ha sido la de matar a una cucaracha con mi chancla. Hace años no me hubiese atrevido ni por asomo. Hace algo menos, lo habría hecho con una escoba, subida a una banqueta, y terminando la faena con el palo doblado, a punto de romperse. Pero hoy he acudido a la llamada de socorro de mi hermana, he azuzado a mi perro ciego, a ver si me echaba una pata, y al fracasar en el intento, viendo que el insecto se aproximaba sin pausa en mi dirección, me he quitado la chancla y le atestado varios golpes. Creo que con el primero ya la había mandado al otro barrio, pero cuando me enfrento a estos insectos (¿son insectos o corresponden a otra categoría de invertebrado?) me sube la adrenalina y no puedo parar de atizarles hasta que los desintegro. 

Y digo que ha sido la sensación más positiva porque he sido capaz de decidir enfrentarme a algo que desagrada profundamente y salir victoriosa. Laura 1, cucaracha 0. 

Me he preguntado muchas veces qué espero de mí, qué se espera de mí, qué puedo esperar yo de ti. Y no he conseguido demasiadas respuestas satisfactorias porque siempre acabo topándome con el pozo de la relatividad, de la convivencia de distintos puntos de vista. And it sucks. Me sigo preguntando cuánto puedo pedir y qué dice de mí lo que pido, si puedo hacerlo o si me excedo, si el hecho de no recibirlo está mal o si estoy rota y eso es lo que me causa tanto dolor. 

Me siento como una polilla
que, inquieta, revolotea
alrededor de una bombilla.

Deseando tener algo que no sé si puedo, si debo. Deseando tener algo que, en cierto modo, no es correspondido. Duele sentir que he sido suficiente antes de terminar de ser, que soy in media res ad infinitum, y que ésta parece ser la cápsula a la que me estoy viendo abocada a acomodarme.

13 diciembre 2016

13:12

No sé qué había de mí en ese pasillo. No sé por qué me aprendí sus baldosas, sus esquinas, sus paredes. No sé qué esperé encontrar en él, recorriéndolo una y otra vez. Me inducía un sabor agridulce, un dolor en diferido, un auto engaño prolongado. Recuerdo el túnel interminable, aunque ahora parece que medía a penas unos centímetros, pero mi persistencia lo ascendía a infinito. Una etapa de negación, de fijación. Una inquietud distraída, un miedo en pausa. El mal menor, lo llaman.

Entonces, el fogonazo. Una luz viscosa -de gelatina- inundó el espacio. Una semilla había caído en algún lugar del presente. El inconformismo adormecido pero latente se rebeló ante el mal menor, poco a poco, con disimulo. Se escapaba entre síes y noes, se hacía preguntas. Respondió el fruto prohibido, ése que desafiaba al molde en el que vertía las vivencias. Apetecible, pero desconocido. Un mordisco de fuego, un temblor expectante... Una quietud aún hiriente, una esperanza sanadora. El mordisco de neófita que me hizo valiente.

London, 2016

Lisboa, 2016

Las cuatro paredes que me abrazaban me hacían sentir segura. Fuera de ellas pasaban cosas que no sabía. Las miraba de reojo a través de una ventana. Quería descubrir algo, curiosa, pero no demasiado, temiendo ganas de más. No pensé en que los muros también pueden derrumbarse y que, si se sienten temblar, a veces es mejor coger un autobús, aunque sea de los que llegan media hora tarde y hacen dudar sobre si ya han pasado o no, y bajarse en la próxima parada.

*

Cuánto hablamos de convivir con los y las demás. Y qué poco de las gominolas con forma de osito. Mm. No. Eso no era lo que quería decir. ¿Qué era entonces?


12 diciembre 2016

12:12

Los ojos con los que miro son también con los que me niego a ver. Lo que fluye fuera, lo que se remueve dentro. Somos selectivos. Escogemos nuestra versión de las cosas. Cada cual percibe su pequeña parcela de realidad y decide en qué medida desea contrastarla (o no) con el exterior. Esto es, con los otros. El otro se define, además, en relación con el yo. Elegimos por diferencia, por complemento. Pero elegimos. No tomar decisiones también es decidir. Quizá lleguen los fantasmas. O los piratas. O los ladrones. O el hombre del saco.

Porto, 2015

"Yo creo en el enemigo. Las pruebas de la existencia de Dios son frágiles y bizantinas, las pruebas de su poder todavía son más inconsistentes. Las pruebas de la existencia del enemigo interior son enormes y las de su poder abrumadoras. Creo en el enemigo porque todos los días y todas las noches se cruza en mi camino. El enemigo es aquel que, desde el interior, destruye lo que merece la pena. Es el que te muestra la decrepitud contenida en cada realidad. Es aquel que saca a la luz tu bajeza y la de tus amigos. Es aquel que, en un día perfecto, encontrará una excelente razón para que te tortures. Es aquel que te hará sentir asco de ti mismo. Es aquel que, cuando entreveas el rostro celestial de una desconocida, te revelará la muerte contenida en tanta belleza"
Cosmética del enemigo, Amélie Nothomb (2003)
London, 2016

No tomé ningún helado. Las fotos de hamburguesas y hot dogs estaban por todas partes. Miraba como si fuese espectadora de una película, quizá sin conciencia aún de que estaba dentro y no fuera. Y el conflicto era saber en qué punto pasé a formar parte de la ficción y en qué medida era protagonista o secundaria. No sé si leí el guión antes de empezar o me hice una idea equivocada e interpreté mal el personaje. De qué manera llegué a convencerme (o no) de que ese era el enfoque. Si escuché al director, si me guié por mis instintos. Si era una película anarquista en la que cada uno se movía por la escena según le parecía.

Quizá me perdí esa clase y ahora ya lo he olvidado. Quizá pensé que leer el guión estaba sobrevalorado o es que realmente nunca llegué a participar en la producción y sí que era parte del público, confundida por la catarsis, confundida creyendo vivir mi propia vida cuando se trataba de una ajena.

11 diciembre 2016

11:12

A veces cruzo la calle imaginando qué estará pasando al otro lado de mi pensamiento. Qué es verdad, qué es invención. Qué determina cuál es la verdad y cuál la invención. A qué saben las nubes, por qué bailan las manos, cuándo es el momento idóneo para cerrar los ojos. Qué es una tontería, qué es pura palabrería. Qué es lo auténtico, qué es la genialidad. Dónde está la línea que separa lo válido de lo inútil. Quién decide que lo que no sirve no sirve. Quién ha escrito el manual que rige nuestras acciones. Quién lee y sigue ese manual. Por qué los patos no pueden volar o las palomas mueven la cabeza al caminar. Está todo tan borroso y después tan nítido cuando me limpio las gafas. Dónde empieza y termina el libre albedrío. Quién nos persigue, quién nos obliga. Dónde está la tierra fértil en la que echar raíces, en la que levantar los brazos hacia lo azul y crecer y florecer y reír y llorar. 




Recuerda la mirada 
De los ojos de los gatos.
Las figuras de origami
Volando al estrellato. 
El cielo azul, impío,
Arañando los ratos
Atrasando su marcha.
Domo arigato.


A veces se me van las ideas a todo lo que no está sucediendo. Bien porque ya ha pasado o porque aún está por venir. Indago en la posibilidad. En qué hubiera pasado si. En qué pasará si. Y me tropiezo. Me enredo, me distraigo, me pierdo. El camino se dibuja sin flechas que marquen qué dirección seguir. Cuando aprendí a respirar, avanzar se hizo más sencilloLa anticipación nos entierra, nos encierra, nos aterra. Nos aleja de aquí. De esto que es ahora. Pensar en según qué tiempos verbales inhibe las preguntas más interesantes: aquellas que podemos responder o, al menos, en las que recrearse hace cosquillas.